jueves, 17 de febrero de 2011

Realismo mágico: Señales. Sergio Avil.

Una ruta en la provincia de Buenos Aires. Era pasado el mediodía ya. Carlos iba llevando a su familia a visitar unos parientes que tenían casi en el límite con la provincia de La Pampa. Hacía bastante calor y el sol caía impiadoso en el interior del automóvil. Miriam, su esposa, leía una revista aprovechando que le faltaba poco más de una hora para que le tocara su turno al volante. Las conversaciones con el resto de la familia se habían hecho cada vez más esporádicas hasta casi desaparecer. Ambos niños, Marcela y Daniel, habían jugado unos minutos, pero se durmieron rápidamente debido a lo temprano que se habían levantado. Lo largo y tedioso del viaje contribuyó a la llegada del sueño. La ruta no ofrecía muchas cosas con las que motivarse: campos inmensos, algunos animales de granja por aquí, otros más allá, algún rancho perdido en la inmensidad, escasas curvas. Solo los pequeños puentes sobre los pequeños arroyos se repetían con bastante frecuencia.

-No está andando del todo bien el aire acondicionado -dijo Carlos, como para decir algo- lo hice revisar hace dos días, pero no quedó como debería haber quedado. Y no me lo arreglaron gratis...
-Y justo con este día... -dijo Miriam sin dejar de leer la revista. Decidió no seguir con el tema.

Conversaciones como esta se sucedían cada tanto, sin demasiada expectativa de continuación. Carlos miró su reloj, habían pasado tres minutos de la una de la tarde. Acababan de salir de una de las escasas ciudades con las que se toparían en el camino y, al igual que cuando entraron en ella, vieron a los costados de la ruta los trabajos para convertirla en autopista, esto es, hacer que quedaran ambas manos del camino separadas. Un camión con materiales iba unos cincuenta metros delante de ellos a una velocidad regular, cuando de pronto Carlos vio un cartel de señalización anaranjado, de chapa, con un camión negro pintado en ella.

-¡Que buena es la señalización en esta zona! -bromeó Carlos- ¡Hay un cartel que nos avisa que va un camión delante de nosotros!.
Sobresaltada, Miriam levantó la vista buscando algún objeto o situación para entender de qué se le hablaba. Sin lograrlo, preguntó finalmente:
- ¿Qué pasó?
El cartel ya había quedado atrás.
- Era una broma -explicó Carlos, algo desilusionado- había un cartel de señalización con un camión pintado, seguro que por las obras, así que lo relacioné con el camión que va delante nuestro, como si el cartel nos avisara...
- No entiendo nada de lo que me estás diciendo.
Ahora Miriam lo miraba a él, que se debatía entre explicarle todo nuevamente o no.
- Ya está, no importa. Ya pasó. Era una estupidez.

Siguieron el viaje en silencio. Unos cinco minutos después Carlos vio un cartel de señalización que no avisaba de una próxima curva o de la velocidad máxima en ese tramo del camino. Tenía la habitual forma romboidal, bordes negros con fondo amarillo, pero en el centro tenía dibujado un árbol. Nada más que un árbol. Meditaba sobre esto cuando, ochenta o cien metros después de la señal vio, próximo a la ruta, un solitario árbol. Qué extraño - pensó- daría la impresión que la señal tiene relación con el árbol pero ¿para qué avisar de su existencia si no acarrea ningún peligro?. Lo más probable es que nada tengan que ver pero entonces... ¿para qué poner una señal que solo tuviera un árbol dibujado?. Pasaron unos minutos cuando recordó que había apagado la radio al parar a cargar combustible en una estación de servicio. Decidió encenderla cuando, antes de hacerlo, vio otra extraña señal al costado de la ruta: en esta se veía dibujada la silueta de un hombre que parecía estar saltando, con algo así como un perro mordiéndolo en la pierna. Cavilaba sobre esto mirando hacia delante cuando pocos segundos después vio en la banquina del camino a un hombre siendo atacado por un perro. No se le ocurrió detenerse. Estaba estupefacto con la situación y el cartel. Decidió prestarle atención a la próxima señal para ver si tenía alguna particularidad. Miró brevemente a su esposa, concentrada en una nota de su revista, ajena a carteles y avisos improbables. Luego de una curva (que no tuvo ningún cartel previniéndola) Carlos vio que tenía próxima otra señalización. Disminuyó un poco la velocidad para mirarla: indudablemente el dibujo en su centro aludía a un choque entre dos automóviles. Al verla con detenimiento notó que tenía unas abolladuras con herrumbre en un par de lugares, como si algún tiempo atrás unos niños traviesos le hubieran disparado con un rifle de bajo calibre. Nada hacía pensar en que fuera colocada recientemente. Miró hacia delante y vio, como a unos ciento cincuenta, doscientos metros un tumulto. Al acercarse, vio un terrible accidente automovilístico entre una camioneta y un pequeño coche. En la ambulancia, estacionada un par de metros después, estaban subiendo a una persona en una camilla. Era una mujer, estaba inconsciente, tapada con una sábana hasta los hombros, con uno de esos cuellos ortopédicos colocado y atada con un par de cinturones. De la camioneta le pareció que colgaba una mano, pero no pudo corroborarlo: en ese momento un policía lo amonestaba severamente por pasar tan lentamente y obstruir el acceso a la ruta. Carlos frenó totalmente para dejar el paso libre y luego de que la ambulancia saliera a toda velocidad, retomó la marcha.

- Qué terrible -dijo Miriam- seguro que iban distraídos. Es que en esta ruta no pasa nada, es difícil mantener la concentración. Tené cuidado. Prestá atención.

Difícilmente Carlos pudiera ir por esa ruta más atento. El tema de los carteles y las situaciones lo mantenía en un estado ya no de concentración, sino de alerta. ¿Pero no sería acaso todo producto del cansancio, del calor, del viaje incómodo?. Resolvió prestar mucha atención al próximo cartel (estaba seguro que habría un próximo cartel) Lo memorizaría y no miraría hacia delante sino hasta estar seguro de lo que allí viera y compararía eso con lo que encontrara después. Pasaban los minutos. Hasta donde daba la vista no se veía curva ni puente. Una larga línea gris solamente. Miriam seguía leyendo. Los niños seguían durmiendo. A lo lejos, se acercaban a otra señal de tránsito. Carlos disminuyó bastante la velocidad y le prestó especial atención a los detalles de ésta al pasar cerca: el dibujo mostraba, indudablemente a dos personas paradas al costado de un camino, tomadas de la mano, una de las figuras estaba haciendo dedo; al costado de las figuras había un dibujo en forma de L algo desprolija que no acertó a descifrar.
Miriam, al notar el descenso de la marcha miró a Carlos, y al ver que éste observaba en dirección del campo a su derecha dirigió su vista hacia allí. Sin embargo no miró el cartel, sino que fijó su vista a lo lejos, donde se veía un rancho con un par de árboles alrededor, algunos animales. Nada muy interesante.

- Qué raro debe ser vivir allí ¿no te parece? -comentó a su marido, que ahora volvía la mirada hacia adelante, concentrado y en silencio. Decidió no insistir con la charla y seguir leyendo.

Carlos ni se había percatado del intento de conversación de su esposa. Toda su atención estaba en memorizar detalles y lo que encontraría poco después. Y lo que encontró fue esto: dos hombres estaban al costado del camino, en sus rostros no se veía ninguna emoción en particular, estaban tomados de la mano (para Carlos, previsiblemente), el que estaba más próximo a la ruta les hacía el típico gesto para pedir que los lleven y al lado del otro una valija abierta, de la que salía algo de ropa, que caía sobre la tierra.

- Miriam ¿notaste algo raro en esta ruta?.
- No, ¿pasa algo? -dijo Miriam, que lo único raro que había visto hasta ahora era el comportamiento de su esposo.
- Sí, las señalizaciones anuncian cosas que suceden más adelante... -Carlos no sabía como comenzar a explicarle.
- Bueno, después de todo, para eso las ponen ¿no?

Carlos le contó lo que venía viendo. Los carteles anunciando cosas que los carteles no anuncian. El árbol, el hombre y el perro, el accidente, los dos hombres haciendo dedo...
- Es más, ahora que recuerdo, no he visto ninguna señal de curva, de velocidad máxima o mínima...
En ese mismo momento Carlos quedó perplejo: se acercaban a una señalización que desde lejos se veía claramente como un aviso de curva próxima. Miriam, al ver el cambio en las facciones de su esposo, miró hacia la ruta justo como para ver la señal. Esperaron unos segundos en silencio, tomaron la curva.

- No entiendo -dijo Carlos- es la primer señal que veo de ese tipo.
- ¿Querés que maneje yo?.
Carlos entendió muy bien qué era lo que su esposa insinuaba.
- ¡No estoy delirando, es solo cuestión de que mires un momento y las vas a ver. Estoy seguro que seguirán apareciendo!.
- No hace falta que levantes la voz, voy a mirar -dijo Miriam. Notó a Carlos nervioso, como cansado.

Pasaban los minutos. De pronto otra señal. En esta el dibujo representaba a una persona arrastrando a otra tomándola por debajo de las axilas, como si estuviera inconsciente. Detrás de ambas figuras había una serie de líneas más altas, verticales.
Carlos quiso comentarle algo a Miriam, pero no podía dejar de pensar en lo que vería más adelante. Su cabeza era un torbellino de ideas sobre qué significaría el dibujo del cartel.
No tardó en verlos. Un hombre arrastraba a una muchacha. La llevaba hacia una plantación de girasoles distante solo un par de metros de ellos. Ella parecía estar desmayada. No alcanzó a ver la cara de él. Carlos no podía hablar, su corazón parecía querer salírsele del pecho. Le gritó a Miriam.

- ¿Los viste? ¿Viste el cartel? Esto era lo que explicaba... -cuando miró su a su esposa alcanzó a ver que esta dirigía su vista desde la revista hacia él.
- No, no vi nada...
- ¡Qué estúpida! ¡Te dije que miraras!
- ¡Me cansé de mirar y no vi nada! ¿Qué querías que hiciera?
Carlos estaba fuera de sí.
- ¡No podías mirar dos minutos! ¿Era mucho tiempo? ¡Nunca hacés nada de lo que te digo!.
- No estuve dos minutos mirando -le aclaró Miriam - estuve largo rato mirando y no pasaba nada, tampoco voy a estar todo el día pendiente de no sé qué cosa rara. Además, no tengo porqué hacer todas las estupideces que decís que haga ¡Si hiciera todo lo que me decís me vuelvo loca!. Y no voy a seguir discutiendo dentro del auto.
- ¿Ah, no? -preguntó sarcástico Carlos - ¿Así que no querés seguir discutiendo dentro del auto?.

Carlos frenó bruscamente el automóvil sin preocuparse por hacerlo lentamente o al costado de la ruta. Inmediatamente se bajó y fue hacia la parte delantera hasta ponerse totalmente frente al vehículo y, con una mirada llena de odio, desafió a Miriam a que se bajara ella también. Y Miriam fue. Dudó unos segundos pero fue. Los niños se despertaron con la discusión allí fuera pero no se asombraron, sus padres solían discutir con frecuencia. No parecía esta una discusión muy distinta de otras.

En sentido contrario al auto de Carlos y Miriam circulaba otro vehículo. Cuando pasaron al matrimonio que discutía fuera del automóvil el conductor le comentó a su acompañante:

- ¿Viste a esos dos discutiendo? Tal cual la señal de tránsito que acabamos de ver.

Sergio Avil.